La destrucción de l’Horta de València, uno de los principales valores culturales y ambientales del área metropolitana de la ciudad, ha sido en las últimas décadas una constante en nuestro territorio. En el marco de una urbanización de creación reciente que arrasa parte de este patrimonio, la Casa del Porxo nace con la voluntad de recuperar y significar la arquitectura del pasado en el territorio sobre el que se construye.
Tradicionalmente las construcciones diseminadas que emergen en l’Horta aparecen siempre vinculadas a la explotación agrícola del territorio. Así, surgen alquerías, motores, ceberes, senias, o pequeñas edificaciones para guardar apeos. Todas estas edificaciones giran en torno al mismo eje: la arquitectura vernácula, la que construye el propio usuario y que es fruto de la experiencia acumulada durante generaciones. Este es pues el punto de partida sobree el que se proyecta una vivienda que quiere honrar al territorio, a sus habitantes y al saber colectivo de tantas generaciones que lo habitaron y que, al mismo tiempo, aprovecha las lecciones de sostenibilidad e integración paisajística de la arquitectura vernácula tradicional desde una visión y un lenguaje contemporáneo. De este modo, persigue aquella idea del arquitecto moderno Frank Lloyd Wright cuando escribió que «la arquitectura debe pertenecer al entorno donde va a situarse y adornar el paisaje en vez de desgraciarlo».
Formalmente, la vivienda sigue el camino de las alquerías que encontramos a escasos metros de la urbanización; edificaciones compuestas por un volumen principal a dos aguas al cual se van adosando otros volúmenes con geometrías diversas: con cubiertas inclinadas, cubiertas planas, porches, pequeños cuerpos para aperos, etc. Se desprende así también un aire de crecimiento orgánico propio de la arquitectura tradicional.
Esta arquitectura orgánica que se persigue en el proyecto, y que es heredera de la del lugar, responde también a una voluntad de aprender de los maestros de la arquitectura como Wright en sus casas de la pradera, de quien referencia también el empleo de voladizos y la creación de algo tan mediterráneo como los filtros entre el espacio interior y el exterior, que al tiempo difuminan la frontera entre lo público y lo privado.
En sus viviendas, Wright ya entendía que la chimenea – la lumbre – era el corazón de la vivienda y el conjunto de la casa se organizaba en torno a este espacio. La RAE define hogar en su primera aceptación como el sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, la chimenea; en su segunda, como la casa o domicilio; y en tercer lugar, como la familia o el grupo de personas que viven juntas, aunando en un solo término el usuario y la arquitectura. Este proyecto recoge el testigo de este influyente arquitecto de la modernidad con una nueva interpretación mediterránea. El conjunto de la vivienda se organiza alrededor de un pequeño patio interior en el que predomina la presencia de una chimenea y al cual vuelcan directamente todos los espacios de socialización.
En este caso, la chimenea no tiene como fin primordial el de climatizar el interior de la vivienda, sino que nos remite a aquel fuego exterior de la Villa Mairea o la hoguera de la casa experimental de Alvar Aalto. Un espacio de reunión exterior, un referente visual desde e interior gracias a su enclave privilegiado en la casa. El fuego como elemento que abraza, que reúne; el corazón del hogar.
La voluntad de crecimiento de la vivienda en torno al patio queda reflejada también en el gesto que determina la dirección de los muros, que termina de recoger la vivienda con el mismo gesto en la parte más alejada del patio. Un patio central que, además, tiene otra función climática más importante. Su altura y la disposición de las ventanas abatibles en la parte alta de los huecos hace que este espacio actúe por convección refrigerando la vivienda de forma pasiva: recoge el aire más cálido del interior de la vivienda y lo expulsa por la parte superior del patio.
De nuevo se recurre al contexto del entorno en el que se construye para la materialidad. Parte de materiales humildes, como la arcilla, y les devuelve la relevancia de la que gozan en la arquitectura tradicional, pues una arquitectura contemporánea no siempre precisa de nuevos materiales sino de la nobleza y el valor sincero de la tradición y su humanización. Así, el proyecto se basa en lo próximo, en sistemas constructivos y materiales conocidos por los constructores del lugar. Huye de soluciones complejas y se refugia en la experiencia de los que lo deben construir.