La decisión de derribar un edificio existente siempre es difícil. Antes de tomar esta decisión se debe de valorar con profundidad las circunstancias que pueden mover la balanza a un lado u otro; se deben estudiar las posibilidades del edificio existente, su estado y las necesidades de aquellas personas que deberían ocupar este espacio.
En el año 2020 en la calle Mestre Chanzá de Alcàsser, en la parcela que ocupa este proyecto, se levantaba una vivienda tradicional construida en los años 30. Esta tipología de vivienda, que València llamamos “casa”, supone una evolución de una
construcción más sencilla, la “porxada”, que en su evolución constructiva terminó por crear unas viviendas sencillas, con un esquema que se repite intensamente en todo el núcleo histórico de esta población del área metropolitana de València, ya a caballo entre la gran urbe y un mundo más rural.
A apenas dos calles de esta parcela, la casa del Calvari, construida poco tiempo antes, nos apremiaba a conservar el pasado, nos hablaba de la necesidad de conservar el patrimonio construido como un reflejo de otras formas de vida, las de aquellos que nos precedieron. Aquel proyecto nos invitaba a discutir con Ruskin y Morris sobre la autoridad de quienes hemos heredado un edificio, o de quienes tenemos el encargo de actuar sobre él para destruir aquello en lo que otras personas habían puesto su trabajo.
En este caso, la necesidad de desarrollar un programa más extenso nos obligó a hacer, quizá, un ejercicio de hipocresía, de incoherencia, derivando el discurso hacia otros lugares. ¿Tiene sentido conservar un edificio que no se adapta a las necesidades de sus futuras usuarias? ¿Acaso esto no puede llevar al abandono de esta arquitectura y con ello también a su pérdida? La decisión de derribar aquella construcción, sin embargo, no solo nos llevó a contradecir, al menos en parte, un discurso interiorizado, sino que nos llevó a plantearnos otro tipo de cuestiones que, a nuestro juicio, permitían la posibilidad de enriquecer la arquitectura contemporánea mediante las enseñanzas y principios de la arquitectura tradicional.
Quizá, aquello que debemos conservar de la arquitectura vernácula tradicional no sólo es el producto construido, sino especialmente los conocimientos necesarios para su construcción, sus valores, su forma de entender el territorio y sus recursos, las técnicas constructivas transmitidas a lo largo de generaciones. Quizá, este proyecto nos daba la oportunidad de reinterpretar todo este conocimiento y aplicarlo a una nueva orma de entender la arquitectura.
Así, el germen de este proyecto surge de la voluntad de reinterpretar para las necesidades y los recursos del presente, una tipología arraigada al entorno en el que se construye. Más allá de la recuperación de sistemas constructivos tradicionales
adaptados a los ritmos de la construcción del momento, como los forjados de revoltones, las escaleras de bóveda tabicada o las cubiertas inclinadas con viguetas de madera, la primera reflexión necesaria fue entender la relación entre los espacios de vida y los espacios productivos en la tipología tradicional y en la vivienda a proyectar.
En la vivienda original, como en el conjunto de viviendas históricas del lugar, la parte trasera de la vivienda, construida más allá del patio central, y que recibe el nombre de pallisa se utilizaba para albergar animales como el caballo, las gallinas o las palomas.
La planta primera, por otro lado, la andana, se utilizaba para guardar la cosecha. Este diálogo entre los espacios de vida y los espacios relacionados con el trabajo de la familia que ocupa el inmueble habla de unas formas de vida que ya casi no existen, y sin embargo, la profesión de los futuros usuarios del proyecto permitía la posibilidad de reflexionar de nuevo sobre la posibilidad de combinar las necesidades vitales con las profesionales.
Formalmente la vivienda refleja la compleja geometría de una parcela en la que desaparecen los ángulos rectos. Así, lejos de ordenar el programa de la vivienda adoptando unas alineaciones forzadas, el proyecto pretende resolver esta complejidad de ángulos a través del programa. La ortogonalidad de los espacios servidos como los dormitorios y los espacios de día terminan por arrastrar la complejidad hacía las zonas de circulación y el patio central, que se convierte aquí en el corazón de una vivienda que protege los espacios de día del exterior.
Esta riqueza geométrica de la planta se lleva también a la sección para crear dobles alturas, cubiertas planas e inclinadas que combinan espacios cerrados, terrazas y balcones que refuercen el patio como el centro de esta vivienda. Así, en la planta baja, el salón comedor y la cocina terminan por unirse en este patio; el balcón de la habitación principal recupera un eco de calle en el patio y la terraza de la planta segunda, que vincula el estudio con el patio ayuda a reducir la altura total del patio para favorecer la entrada de luz al mismo.
Projecte en col·laboració amb Josep Eixerés Ros.